Tres décadas después de abandonar a su marido y a sus hijos para vivir un romance con un guerrero masái en Kenia, Cheryl Thomasgood decidió contar, por primera vez, los pormenores de esa decisión que cambió su vida y de la que ahora se arrepiente profundamente.
Cheryl, antigua peluquera en la isla de Wight, al sur de Inglaterra, tenía 34 años cuando, en 1994, conoció a Daniel Lekimencho durante unas vacaciones en Mombasa. Él, diez años más joven, trabajaba presentando danzas tradicionales masái a los turistas. El encanto fue inmediato y, semanas después, dejó atrás a su entonces marido, Mike Mason, y a sus tres hijos para mudarse a una remota aldea en el interior de Kenia.
Una realidad dura y llena de choques culturales
Al llegar al pueblo, Cheryl cambió las comodidades británicas por una vida de privaciones. Dormía sobre pieles de cabra, ayudaba en la caza e incluía sangre de vaca en su alimentación. A pesar de las dificultades, la relación continuó y, en 1995, la pareja regresó al Reino Unido. Oficializaron su unión en Newport, el día de San Valentín, vistiendo trajes típicos de la etnia masái.
El plan era reconstruir su vida junto a los hijos de Cheryl, pero el matrimonio pronto se convirtió en una fuente de sufrimiento. Según ella, Daniel cambió drásticamente: se volvió materialista, insatisfecho y cada vez más exigente. “Solo hablaba de dinero, de ropa cara. El hombre espiritual que conocí quedó atrás. Me convertí en la esposa de un hombre amargado e ingrato”, relató Cheryl en una entrevista al Daily Mail.
Relación tóxica y consecuencias familiares
A pesar de darse cuenta pronto de que había cometido un error, Cheryl insistió en el matrimonio, tratando de demostrar a todos que había tomado la decisión correcta. Pero las diferencias culturales, la falta de apoyo emocional y los constantes conflictos llevaron al fin de la relación.
“Se convirtió en otra persona. Empecé a preguntarme si el amor era real o si todo no era más que un medio para salir de Kenia”, dijo. La relación, que dio lugar al nacimiento de una hija, Misti, hoy de 27 años, dejó profundas huellas, no solo en Cheryl, sino sobre todo en los hijos que había dejado atrás.
“Se merecían estabilidad, y lo que tuvieron fue caos. Ninguno de mis maridos fue un buen padre. Y, en aquella época, yo tampoco estaba en condiciones emocionales para ser una buena madre”, admitió.
Heridas del pasado
Además de las dificultades en su matrimonio, Cheryl reveló traumas de la infancia que influyeron en sus decisiones. Contó que había sufrido abusos y que había sido criada por padres alcohólicos. Cuando conoció a Daniel, sufría una depresión grave y tenía pensamientos suicidas. “Pensé que él era mi salvación, cuando en realidad solo estaba huyendo de mis propios problemas”, declaró.
Hoy, a sus 65 años, viviendo sola en Somerset, Cheryl recibe terapia y le han diagnosticado trastorno de estrés postraumático (TEPT). No mantiene contacto con Daniel, que vive en la Isla de Wight y trabaja en un supermercado.
Aun así, dice que algo positivo quedó de esa historia: su hija Misti. “Ella es la mejor parte de todo esto. Inteligente, cariñosa, me recuerda que no todo fue en vano”.
Una advertencia para otras mujeres
Cuando se le pregunta qué le diría a otras mujeres que piensan embarcarse en romances con desconocidos durante sus viajes, el mensaje de Cheryl es directo: “Ten cuidado. Conoce bien a la persona, entiende la cultura, piensa en las consecuencias. Una decisión impulsiva puede costarte el resto de tu vida”.
