Maia Henderson-Roe, una joven británica de 24 años, vivió una experiencia impactante tras confundir los primeros signos de una grave enfermedad con los efectos emocionales del luto por la muerte de su porquinho-da-índia. Lo que inicialmente parecía tristeza se convirtió en un diagnóstico de cáncer que le impidió mover el cuello y requirió meses de tratamiento intensivo.
En marzo de 2025, Maia detectó un bulto del tamaño de una pelota de golf en su cuello, sin dolor. Dado su historial de inflamación de ganglios linfáticos en épocas de estrés o gripe, asumió que era una reacción emocional. Sin embargo, con el paso de las semanas, los nódulos aumentaron y se sumaron síntomas como fatiga extrema y escalofríos.
A pesar de acudir al médico, fue tranquilizada con la idea de que no había señales preocupantes, ya que no presentaba síntomas típicos como pérdida de peso o sudores nocturnos. Se le recomendó simplemente vigilar los nódulos. No obstante, durante un viaje en mayo, comenzó a quedarse dormida en lugares públicos y sentía frío constante, incluso en pleno verano.
En julio, su estado empeoró: el cuello se inflamó tanto que perdió la movilidad de la cabeza y desarrolló una intensa picazón. Aunque los primeros exámenes no revelaron anomalías, un ultrasonido más detallado permitió detectar múltiples nódulos, lo que llevó al diagnóstico de Linfoma de Hodgkin clásico en fase 2.
Maia, que llevaba un estilo de vida saludable y sin factores de riesgo aparentes, recibió el diagnóstico con sorpresa. Criticó la falsa seguridad que le ofrecieron los médicos inicialmente. El tratamiento incluyó seis tipos de quimioterapia administrados en infusiones quincenales.
Actualmente, tras completar el tratamiento, Maia espera los resultados de una nueva tomografía para determinar si el cáncer ha remitido. Mientras tanto, su madre ha lanzado una campaña en línea para recaudar fondos y cubrir los gastos médicos durante su recuperación.
