Desde julio de 2025, China enfrenta un grave brote del virus chikungunya, con más de 7.000 casos confirmados en la provincia de Guangdong, al sur del país. La ciudad de Foshan ha sido la más afectada, registrando cerca de 3.000 nuevos casos solo en la última semana. La enfermedad, transmitida por el mosquito Aedes aegypti —el mismo que propaga el dengue y el zika—, ya se ha extendido a otras 12 ciudades de la provincia y ha llegado incluso a Hong Kong, donde un niño de 12 años dio positivo tras regresar de Foshan.
El chikungunya provoca fiebre alta, dolores articulares intensos, erupciones cutáneas y otros síntomas debilitantes. Aunque rara vez es mortal, puede causar dolores crónicos durante meses o años, especialmente en personas mayores, niños y pacientes con enfermedades previas.
Ante la rápida propagación, el gobierno chino ha implementado medidas sanitarias similares a las adoptadas durante la pandemia de COVID-19. Los pacientes infectados son aislados en hospitales equipados con mosquiteras hasta que den negativo o se cumplan siete días de infección. Además, los residentes deben eliminar posibles criaderos de mosquitos en sus hogares. El incumplimiento puede acarrear multas de hasta 10.000 yuanes, equivalentes a aproximadamente 1.300 euros.
Como parte de las estrategias de control, las autoridades han recurrido a métodos innovadores, como la liberación de “mosquitos-elefante” —depredadores naturales del Aedes—, la introducción de peces que se alimentan de larvas en estanques y el uso de drones para detectar focos de reproducción del mosquito.
Aunque existen vacunas contra el chikungunya en algunos países, estas aún no están ampliamente disponibles. Por ello, el enfoque principal del gobierno chino sigue siendo la prevención y el control del vector. Este brote ya se considera uno de los más severos en la historia reciente del país.
