La pregunta sobre qué ocurre después de la muerte ha intrigado a la humanidad desde tiempos remotos. En este contexto, el reverendo Chris Lee ofrece una visión teológica que combina metáforas, referencias bíblicas y reflexiones espirituales para explorar los conceptos del cielo y el infierno.
Según Lee, el cielo es descrito en las Escrituras como un estado de plenitud y alegría, un lugar preparado especialmente para quienes lo alcanzan. Cita a Cristo cuando habla de “preparar un lugar para sus discípulos”, lo que refuerza la idea de que no se trata de un espacio abstracto, sino de un destino pensado para cada individuo.
El reverendo también recurre a las cartas de San Pablo para explicar que la vida después de la muerte no es una simple continuación de la vida física. Utiliza la analogía de los distintos tipos de carne —de peces, aves y humanos— para ilustrar que la existencia futura será de una naturaleza completamente distinta, aunque sin perder la identidad personal. Lee sostiene que el alma conservará su individualidad, con un “cuerpo glorioso”, y no será un espíritu difuso en una niebla celestial.
En cuanto al infierno, Lee adopta un enfoque más reservado, señalando que las descripciones bíblicas son simbólicas y menos explícitas. Menciona el término “Geena”, vinculado a los antiguos vertederos en las afueras de las ciudades, como metáfora del castigo o separación de Dios. No obstante, reconoce que no existe un consenso teológico claro sobre lo que realmente representa este destino.
Además, el reverendo menciona corrientes como el aniquilacionismo, que plantea que en lugar de un sufrimiento eterno, podría haber una extinción completa del ser. Así, cielo e infierno se presentan como estados radicalmente distintos: uno de gozo absoluto y otro marcado por la incertidumbre y la posible pérdida definitiva de la conexión con lo divino.


