En el corazón del estado de São Paulo, Brasil, la historia de Roque José Florêncio, conocido como “Pata Seca”, ha trascendido generaciones por su carácter inhumano y revelador del sistema esclavista. Nacido alrededor de 1827 en Sorocaba, Pata Seca medía 2,18 metros y poseía una complexión física robusta. Esta condición lo convirtió, según testimonios, en un “esclavo reproductor”, una práctica común en la época que consistía en utilizar a hombres esclavizados para fecundar a mujeres negras con el fin de aumentar la “propiedad” de los hacendados.
Fue comprado por el terrateniente Francisco da Cunha Bueno y llevado a la Fazenda Santa Eudóxia, en la región de São Carlos. Allí, en lugar de trabajar en los campos, se le destinó exclusivamente a procrear, tanto con mujeres de su hacienda como de propiedades vecinas. Se estima que tuvo más de 250 hijos, y se calcula que cerca del 30% de la población actual del distrito de Santa Eudóxia desciende directamente de él.
Tras la abolición de la esclavitud en 1888, Pata Seca fue liberado y recibió un terreno donde fundó el Sítio Pata Seca. Se casó con Palmira, con quien tuvo nueve hijos reconocidos, y se dedicó a la agricultura y a la producción de rapadura. Murió en 1958, supuestamente a los 130 años, aunque su edad es motivo de debate entre historiadores por la falta de documentación oficial.
La figura de Pata Seca, recordada en estudios y relatos orales, revela una de las facetas más oscuras de la esclavitud: la cosificación de los cuerpos negros como instrumentos de reproducción. Detrás del mito del “hombre de 2,18 metros y 200 hijos” se esconde una historia de violencia sexual, abuso sistemático y deshumanización que sigue resonando entre sus descendientes y en la memoria colectiva brasileña.


