Larissa Gonzalez, una enfermera de 26 años, vivió una transformación personal y profesional tras experimentar la prematuridad de su hijo Caleb. Embarazada de siete meses, Larissa tuvo que someterse a una cesárea de emergencia en el hospital donde trabajaba, en Texas, dando a luz ocho semanas antes de lo previsto. Caleb pasó 31 días en la UCI neonatal, una experiencia que marcó profundamente a Larissa y la llevó a replantearse su vocación.
Antes del parto, trabajaba en cuidados intensivos para adultos y rechazaba la idea de atender a recién nacidos. Sin embargo, al vivir en carne propia la angustia de una madre con un bebé ingresado, su perspectiva cambió por completo. Durante la hospitalización, Larissa no pudo tener contacto inmediato con su hijo, lo que describió como una experiencia “fuera del cuerpo”. El momento más duro fue recibir el alta médica sin poder llevarse a Caleb a casa.
El apoyo del equipo de neonatología fue clave para ella, y despertó en Larissa un fuerte deseo de formar parte de ese entorno. Poco después, dejó la UCI de adultos y se incorporó a la unidad neonatal del mismo hospital. “Ahora amo lo que hago. Nunca volvería a trabajar con adultos”, afirmó. Actualmente, trabaja en la misma UCI donde su hijo fue tratado y cursa un posgrado para especializarse como enfermera neonatal.
Larissa asegura que su objetivo es ser un apoyo para otras familias que atraviesan situaciones similares. “Si puedo ser una chispa positiva en la experiencia de otra madre, todo habrá valido la pena”, dijo. Con esta nueva etapa profesional, busca transmitir a las familias que “nunca están solas en esta jornada”.


