En uno de los casos más insólitos de la historia médica estadounidense, Essie Dunbar, una mujer afroamericana de 30 años, fue declarada muerta en 1915 tras sufrir un ataque epiléptico en Carolina del Sur. En aquella época, los recursos médicos eran limitados, especialmente en zonas rurales, y el médico local no detectó signos vitales, lo que llevó a una conclusión errónea sobre su fallecimiento.
El funeral se organizó para el día siguiente, con la participación de tres pastores. La hermana de Essie llegó tarde, cuando el ataúd ya había sido enterrado. Desesperada por despedirse, pidió que lo desenterraran. Para sorpresa de todos, al abrir el ataúd, Essie se incorporó y sonrió, completamente lúcida.
El suceso provocó pánico entre los asistentes. Algunos huyeron creyendo que se trataba de un fantasma. Dos de los pastores cayeron en la fosa por el susto, y uno de ellos resultó herido. La explicación más plausible es que Essie sufrió un episodio de catalepsia, una rara condición médica que imita la muerte al provocar rigidez muscular e inconsciencia profunda.
A pesar de sobrevivir, Essie tuvo que enfrentarse al estigma social, siendo considerada por algunos como una especie de “muerta viviente”. No obstante, vivió otros 40 años tras el incidente, falleciendo finalmente en 1955 a los 70 años.
Su historia fue redescubierta a principios del siglo XXI y documentada en el libro Buried Alive: The Terrifying History of Our Most Primal Fear, que analiza casos históricos de enterramientos prematuros. Recientemente, el YouTuber Zack D. Films recreó el suceso en un vídeo viral, reavivando el interés por este impactante caso.
El episodio de Essie Dunbar sigue siendo un recordatorio inquietante sobre los errores médicos y los límites del conocimiento científico, así como sobre los miedos más profundos del ser humano: el de ser enterrado vivo.