Jeffrey Dahmer, uno de los asesinos en serie más infames de Estados Unidos, fue condenado por 15 asesinatos cometidos entre 1978 y 1991, aunque se sospecha que sus víctimas reales fueron 17. Su arresto en 1992 lo llevó a recibir 16 cadenas perpetuas. Dentro de la prisión de Columbia, Dahmer mostró escaso remordimiento y adoptó una actitud provocadora, incluso hacia los guardias, usando su notoriedad para intimidar. Se le conocía por hacer bromas macabras, como susurrar “yo muerdo”, lo que generaba un ambiente tenso.
El 28 de noviembre de 1994, Dahmer fue asesinado por otro preso, Christopher Scarver, quien también cumplía condena por homicidio. Ese día, Dahmer, Scarver y Jesse Anderson, otro recluso condenado por asesinato, fueron asignados para limpiar los baños del gimnasio sin supervisión adecuada ni esposas. Según Scarver, una broma de mal gusto —un toque por la espalda— desencadenó el ataque.
Scarver, que ya sentía repulsión por los crímenes de Dahmer, llevaba consigo un recorte de periódico con detalles de los asesinatos del asesino en serie. Tras el incidente en el gimnasio, confrontó a Dahmer, le mostró el recorte y lo golpeó con una barra de metal, causándole la muerte. Luego hizo lo mismo con Anderson, quien había presenciado el crimen.
Scarver fue condenado por ambos homicidios, aunque afirmó que los funcionarios penitenciarios facilitaron la muerte de Dahmer al dejarlos solos deliberadamente. Cree que las autoridades querían que Dahmer muriera y permitieron que ocurriera sin intervenir.
La muerte de Dahmer sigue rodeada de controversia, con teorías que apuntan a negligencia o incluso complicidad del sistema penitenciario. Su historia continúa impactando a la opinión pública, tanto por la brutalidad de sus crímenes como por el violento final que encontró en prisión.