Lo que comenzó como un simple zumbido en el oído se convirtió en una transformación radical en la vida de Emma Coleman, una estudiante de enfermería de 20 años residente en Maine, Estados Unidos. Tras regresar de unas vacaciones en Ohio con su familia y su novio, Emma empezó a sentir un molesto zumbido en uno de sus oídos. En pocas horas, los síntomas se agravaron: náuseas, vómitos intensos y una sensación de vértigo constante.
Inicialmente diagnosticada con laberintitis, fue dada de alta del hospital pese a que no podía caminar con estabilidad ni oía correctamente. Sin mejoría tras días de reposo, y enfrentando largas listas de espera en su localidad, Emma viajó a Boston, donde finalmente le diagnosticaron una sordera súbita neurosensorial con una pérdida auditiva del 80% y tan solo un 2% de probabilidad de recuperación espontánea.
Afectada emocionalmente, Emma comenzó a investigar sobre su condición y descubrió que muchas personas con su diagnóstico recurren a implantes cocleares. Con el apoyo de sus padres y su pareja, decidió someterse a la intervención. Tras la cirugía y un mes de recuperación, se activó el implante coclear. Aunque al principio solo escuchaba zumbidos, pronto empezó a distinguir voces, aunque con una calidad sonora metálica o robótica.
Emma describe la experiencia como “increíble”, ya que, aunque físicamente no tiene audición en ese oído, el dispositivo le permite oír nuevamente. Para adaptarse, entrena a diario con aplicaciones que envían sonidos directamente al procesador del implante, con el objetivo de reeducar su cerebro para interpretar los nuevos estímulos auditivos. Aunque reconoce que la audición no es igual a la natural, confía en que mejorará con el tiempo.
El caso de Emma ha generado atención en redes sociales, donde comparte su proceso de adaptación y recuperación, inspirando a otros que atraviesan situaciones similares.