Logan Gifford, un joven de 26 años residente en Las Vegas, vive una historia profundamente marcada por el abuso, el trauma y la búsqueda de justicia. A los 16 años denunció a su madre, Doreene Gifford, por abuso sexual continuado desde que él tenía 10 años. La mujer fue condenada a entre 8 y 20 años de prisión por delitos de incesto, tentativa de agresión y libertinaje con un menor de 14 años, aunque mantuvo su inocencia mediante un acuerdo judicial conocido como “Alford plea”.
Durante el encarcelamiento de su madre, Logan asumió la custodia de su hermano menor, un adolescente de 15 años con necesidades especiales. Con el tiempo, comenzó a sospechar que el niño podría ser, en realidad, su propio hijo biológico, fruto del abuso que sufrió. Para esclarecer esta posibilidad, solicitó una prueba de ADN. Sin embargo, el resultado fue inconcluso: el examen reveló una compatibilidad genética del 99,9% tanto con Logan como con su padre, Theodore Gifford.
Esta ambigüedad se debe a que tanto padres como hermanos comparten aproximadamente el 50% del ADN con un niño, lo que dificulta determinar con precisión la paternidad con pruebas estándar. El juez encargado del caso, Vincent Ochoa, reconoció la complejidad de la situación y pospuso cualquier decisión legal hasta que se realicen análisis genéticos más avanzados.
Mientras tanto, Logan continúa como tutor legal del menor y ha declarado que su principal preocupación es el bienestar del niño, más allá del vínculo biológico. La próxima audiencia judicial está prevista para el 24 de septiembre, cuando se podrían definir los pasos a seguir en la investigación de la paternidad.
El caso ha generado gran conmoción en Estados Unidos y plantea importantes reflexiones sobre los límites de la ciencia genética, el impacto del trauma en la vida familiar y la resiliencia de las víctimas de abuso. Logan también ha iniciado campañas de recaudación de fondos para cubrir los costes legales y apoyar a otras víctimas masculinas de violencia sexual.