Una fotografía capturada en un momento de alegría se convirtió en el último recuerdo de John DeReggi, un adolescente de 16 años que falleció trágicamente al ser atropellado por un tren en Maryland, Estados Unidos, en septiembre de 2015. John se encontraba junto a su novia y la hermana gemela de esta en una vía férrea aparentemente desactivada, realizando una sesión de fotos para un proyecto escolar titulado “juventud y el camino por recorrer”.
Mientras bromeaban sobre los rieles, un tren de Amtrak se aproximó silenciosamente a más de 113 km/h. Las chicas lograron apartarse a tiempo, pero John no tuvo la misma suerte y fue embestido. Su madre, Christine DeReggi, lo describió como un joven aventurero pero no irresponsable. Las últimas imágenes lo muestran sonriente, ajeno a la tragedia que se avecinaba. Fue su novia, en estado de shock, quien avisó a la familia del incidente.
El caso de John no es único. En 2011, tres adolescentes en Utah —Savannah Webster (13), su hermana Kelsea (15) y su amiga Essa Ricker (15)— murieron tras ser atropelladas por un tren mientras se tomaban una selfie en los rieles. No advirtieron la llegada de un segundo tren en dirección contraria, lo que resultó fatal.
Ambos casos reflejan una peligrosa falsa sensación de seguridad que generan las vías aparentemente abandonadas. Muchos desconocen que los trenes exceden el ancho de los rieles y requieren largas distancias para frenar. Además, el sonido del tren puede llegar con retraso, lo que dificulta percibir su proximidad real.
Estas tragedias subrayan un mensaje claro: los rieles no son lugares seguros para juegos ni sesiones fotográficas. La calma aparente puede esconder riesgos letales. Las imágenes que deberían haber sido recuerdos felices se convirtieron en tristes recordatorios del alto coste de la imprudencia cerca de las vías férreas.
