Marina Jones, una joven estadounidense, comenzó a experimentar síntomas preocupantes desde los siete años: falta de aire, mareos y desmayos durante actividades físicas. A pesar de sus quejas, profesores y médicos minimizaron sus síntomas, atribuyéndolos a falta de ejercicio o dramatismo. A los 16 años, sufrió un desmayo durante una visita a la universidad de su hermana, lo que llevó a un diagnóstico devastador: insuficiencia cardíaca causada por hipertensión pulmonar, una enfermedad rara que afecta las arterias pulmonares y puede provocar fallo cardíaco.
Los exámenes revelaron que su corazón era casi el doble del tamaño normal. El tratamiento inicial incluyó el uso continuo de una bomba de medicación llamada Remodulin, conectada las 24 horas a su cuerpo, lo que le causaba dolor constante. A los 22 años, su condición empeoró y los médicos le informaron que necesitaba un trasplante doble de pulmón. Tras entrar en la lista de espera, recibió una llamada pocas horas antes de someterse a una operación de ocho horas.
La recuperación fue difícil: despertó con ventilación mecánica y un dolor intenso en el pecho. Sin embargo, con el tiempo, Marina ha logrado estabilizarse y lleva una vida con cuidados estrictos para evitar el rechazo del trasplante. Hoy celebra pequeñas victorias cotidianas que antes le eran imposibles, como caminar sin oxígeno. “Antes vivía con miedo, ahora la vida es buena. Muy buena”, afirma.
La historia de Marina pone de relieve los peligros de la desinformación médica y la importancia de escuchar a los pacientes, especialmente cuando se trata de enfermedades raras. También es un testimonio de resiliencia y esperanza frente a condiciones graves de salud.