Los científicos han estado analizando datos históricos y registros astronómicos antiguos para investigar si se produjo un eclipse lunar el día de la muerte de Jesucristo. Esta posibilidad, largamente debatida entre teólogos y eruditos, acaba de obtener un nuevo respaldo técnico.
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Según recientes simulaciones de la NASA, la Luna habría adquirido un color rojizo -típico de un eclipse lunar- visible en Jerusalén la noche del 3 de abril del año 33 d.C. Casualmente (o no), ésta es una de las fechas más mencionadas como posible día de la crucifixión de Cristo.
Además, este detalle refuerza la hipótesis de que el fenómeno celeste mencionado en los relatos bíblicos pudo ser un hecho real, registrado en los cielos durante ese momento histórico.
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Esta revelación, aunque no es concluyente, ofrece un intrigante apoyo astronómico a uno de los episodios más sorprendentes de la narrativa cristiana. Al fin y al cabo, la posibilidad de un eclipse refuerza la idea de que los signos celestes acompañaron a la crucifixión, tal y como se relata en los textos antiguos. Así pues, el encuentro entre ciencia y tradición religiosa sigue arrojando nueva luz sobre acontecimientos milenarios, uniendo la observación empírica y la memoria espiritual en torno a uno de los capítulos más simbólicos de la historia occidental.