El gasto en defensa, anteriormente un asunto marginal en la agenda europea, se ha catapultado al centro del debate político continental. La inyección de 150 mil millones de euros en préstamos para armamento y la determinación del futuro canciller alemán Fredrich Merz de hacer “lo necesario” por la defensa europea evidencian este cambio de paradigma.
Este viraje estratégico surge mientras crecen los temores sobre las ambiciones rusas en el flanco oriental y las dudas sobre la solidez del compromiso norteamericano con la seguridad europea.
Las estadísticas del Instituto Sipri revelan la magnitud del desafío: dos tercios del armamento de los socios europeos de la OTAN proceden actualmente de Estados Unidos, con países como Noruega, Suecia e Italia dependiendo en más del 90% del arsenal estadounidense.
“Tras 76 años bajo el paraguas defensivo estadounidense, Europa se enfrenta ahora a la necesidad de replantearse su modelo de seguridad”, señala Tim Lawrenson, experto en estrategia internacional.
La interdependencia industrial entre ambos lados del Atlántico es más compleja de lo que sugieren las cifras. El caza F-35, aunque estadounidense, incorpora componentes y tecnología europea en su fabricación, ejemplificando una integración que trasciende fronteras.
La vulnerabilidad europea se concentra especialmente en los “facilitadores estratégicos” –satélites, helicópteros de transporte y sistemas de comunicación avanzados– donde la dependencia de Washington resulta crítica.
La disputa franco-alemana sobre el destino de los préstamos defensivos refleja estas tensiones: ¿deben financiar exclusivamente la industria europea o permitir adquisiciones externas? Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, ha sido tajante: “Los fondos deben impulsar nuestro propio sector defensivo”.
La industria aeroespacial y defensiva europea, valorada en 316 mil millones de dólares, posee el potencial para convertirse en un pilar de seguridad continental, especialmente con Alemania como motor principal.
El fabricante alemán Rheinmetall ejemplifica este auge con un incremento del 50% en sus ingresos militares, mientras analistas prevén que el sector atraerá talento de industrias tradicionales como la automovilística.
La transformación enfrenta obstáculos burocráticos: “Los plazos para las autorizaciones de seguridad ralentizan la transición laboral”, advierte Hans Christoph Atzpodien, responsable de la Federación Alemana de Industria Defensiva.
El liderazgo alemán podría catalizar mayores inversiones en Francia y Reino Unido, pero permanece el desafío histórico de la cooperación transnacional en defensa. “Los países europeos encuentran más sencillo adquirir armamento individualmente”, lamenta Lawrenson.
Pese a estos obstáculos, prevalece el optimismo entre los expertos. El rearme europeo parece inevitable, aunque su éxito dependerá menos de la capacidad industrial y más de la voluntad política de los gobiernos nacionales para priorizar la seguridad colectiva sobre intereses particulares.


